Gustavo Bueno es el creador del materialismo filosófico. Este sistema, que al ser abierto está aún en pleno desarrollo y que es sumamente complejo, sostiene que la filosofía tiene por encima, a modo de marco, otros saberes, como la ciencia o la ingeniería. Entendida desde el materialismo filosófico, la filosofía presupone un estado de las ciencias y de las técnicas lo suficientemente desarrollado para que, de esta manera, pueda comenzar a considerarse como una disciplina definida.
Según esa base, las ideas de las que se ocupa la filosofía y que nacen de la dialéctica entre las disciplinas que se hallan por encima de ella, son más abundante a medida que se produce el desarrollo de esas disciplinas. En otras palabras, la filosofía, para poder ser real, no puede sustraerse, por poner un ejemplo, a los nuevos hallazgos de la neurociencia en cuanto al funcionamiento de nuestro cerebro. Dado que la materia está en movimiento y que la realidad es cada vez más compleja- y, por lo tanto, más difícil de poder acotar y medir-, los instrumentos para la comprensión sistemática y reglada del presente deben ser mucho más precisos.
Esto supone, naturalmente, una superación de partida con respecto al idealismo, en el que, al complicarse nuestra concepción de realidad, al sujeto humano se le unen también, por ejemplo, los sujetos animales. Gracias a la ciencia, por ejemplo, sabemos que el murciélago se orienta en la oscuridad mucho mejor que el ser humano, por lo que hay multiplicidad de fenómenos asociados a lo real, no únicamente humanos, y algunos de ellos, además aún están por descubrir.
Esto es particularmente significativo a la hora de hablar de la historia, que es el resultado de la actividad de toda una serie de generaciones según las nuevas necesidades, pues incluso la percepción sensorial más simple de los objetos viene dada por las relaciones que esas generaciones han establecido con lo real. Es decir, la realidad sería, según el materialismo filosófico, una construcción de lo que los sujetos, ligando sus conciencias entre sí, han hecho real a lo largo de la historia. Por ejemplo, para un niño nacido en estos momentos, su forma de pasar la página de un periódico no será ya sobre papel, sino sobre una pantalla, por lo que el concepto de periódico será para él muy distinto del que puede ser para nosotros.
A todo ello, pasando de la realidad a la materia que lo compone, hay que sumar que un sistema filosófico debe ser tan amplio como para poder reinterpretar desde el presente todos aquellos sistemas previos que en su día quisieron comprender un mundo que, dados los avances de otras disciplinas superiores, ya no existe, de ahí que ya no sean válidos. Por ejemplo, el atomismo de Demócrito no tiene en cuenta todos los avances de la física del siglo XX, al menos desde que Rutherford definiera su modelo atómico. Por ello, el materialismo filosófico vendría a ser, asimismo, una superación del materialismo tradicional, con el que apenas tiene en común la negación de sustancias espirituales en la realidad.
Y es que, cuando las sustancias espirituales se definen como no materiales, en el fondo se postula la realidad de unas sustancias no materiales, pero que no han sido definidas previamente. De la misma forma, si en lugar de definir las sustancias espirituales como sustancias inmateriales, nos referimos a ellas como incorpóreas, el materialismo, tesis que rechaza de pleno el materialismo filosófico, ya que admite la realidad de seres materiales pero incorpóreos, como, por ejemplo, la distancia entre dos planetas, que es una relación igual de real que esos planetas, pero que no es corpórea y tampoco es mental.
Así que, para salvar esas categorías, el materialismo filosófico asume una tercera, que no es otra que la vida, definiendo la sustancia espiritual como sustancia viviente incorpórea, por lo que así se aleja definitivamente del materialismo tradicional.
Por consiguiente, como doctrina sistemática sobre la estructura de la realidad, y desde un punto de vista ontológico en el que ya no es necesario preguntarse por el ser, el materialismo filosófico se caracteriza por:
- Negar que la conciencia agote la realidad o sea originaria de la misma, asumiendo la existencia de una materia ontológico-general que es independiente respecto de la conciencia. En otras palabras, esa materia es empírica o trascendental.
- Defender las sinexiones- vínculo entre dos entidades necesariamente distintas, como, por ejemplo, los dos polos de un imán- entre la conciencia y el mundo. Este último sería el contenido finito de la materia ontológico-general, que está dada a escala del ego, el cual tiene una escala creada a partir de aquella. O por decirlo de otro modo más sencillo: no hay conciencia sin mundo y no hay mundo sin conciencia. Esta transformación del principio de apercepción trascendental kantiano- el conocimiento reflexivo que constituye la percepción: el célebre “yo pienso”-, se lleva a cabo, fundamentalmente, a través de la idea de trascendentalidad positiva.
- Asumir los distintos formalismos o reductivismos ontológicos. Esto es, los contenidos del mundo- las materialidades dadas a escala del ego, sin olvidar que el ego está hecho a escala de esas materialidades- se dividen en tres géneros distributivos de materialidad sinectivamente conectados entre sí. Estas dimensiones ontológicas se definen, según la terminología del sistema, mediante M1, M2 y M3.
• El primer género de materialidad o M1 engloba la dimensión ontológica en la que se establecen entidades desde objetos a sucesos, que se nos ofrecen como constitutivos del mundo físico exterior, incluyendo las propiedades objetivas asociadas a ellos en la percepción. Se hallan en este género los contenidos exteriores dados fenomenológicamente dentro de unas coordenadas históricas presupuestas- nuestro actual conocimiento de la estructura del ADN, pongamos por caso- y los contenidos exteriores que no se dan fenomenológicamente, pero cuya realidad se admite, como la materia oscura que compone el universo.
• El segundo género de materialidad o M2 acoge todos los procesos reales dados en el mundo como “interioridad”, es decir, las vivencias de la experiencia interna. Epistemológicamente se clasifican en dos: las vivencias de la experiencia inmediata de cada uno de nosotros- emociones, pensamientos- y las de la experiencia ajena, en la medida en que esta experiencia es sobrentendida como interioridad. Estos procesos son materiales, pues totalizamos esta experiencia cuando consideramos que dichos procesos forman parte de un medio común, que es el que permite que nos emocionen los versos de un poema o que responsamos a los estímulos de un anuncio de televisión.
• El tercer género de materialidad o M3 comprende objetos abstractos, es decir, no exteriores, pero tampoco interiores, como, por ejemplo, los números primos o la ecuación de Dirac. También habría que incluir en este género no sólo las entidades esenciales, sino también entidades individuales y concretas que, sin embargo, al haber transcurrido ya, son irrevocables. Por ejemplo, el objeto “Stalin” no pertenece a M1 o a M2, por lo que debe situarse en esta dimensión.
Así dentro del materialismo filosófico pueden trazarse tres ejes que organizan, según su autor, el espacio antropológico:
- El eje radial, en el que se incluyen todo tipo de entidades impersonales que ya han sido debidamente conceptualizadas. Considerado desde el eje radial, aparece un materialismo cosmológico que es la crítica a la visión del mundo en cuanto a un mero efecto contingente de un Dios creador que poseyera, a su vez, la providencia y el gobierno del mundo. Es decir, la existencia filosófica de Dios es contradictoria, insustancial y absurda. En este eje se incluye también una concepción materialista de las ciencias categoriales, es decir, un materialismo gnoseológico que define, como su nombre indica, la naturaleza, el origen y el alcance del conocimiento.
- El eje circular, en el que se disponen, principalmente, los sujetos humanos y los instrumentos mediante los cuales estos sujetos se relacionan. Como se puede ver, en este caso, el materialismo filosófico se aproxima, hasta confundirse con él, con el materialismo histórico, al menos en la medida en que constituye la crítica de todo idealismo histórico y de su intento de explicar la historia humana en función de una “conciencia autónoma” que es la que ha ido dirigiendo el curso de la humanidad.
- El eje angular, en el que figuran los sujetos dotados de apetición- es decir, tendencias de una percepción a otra y que son los principios del cambio, según el modelo de Leibniz- y de conocimiento, pero que no son humanos, aunque forman parte real del mundo del presente, como la percepción de un delfín del agua. En este caso, el materialismo filosófico toma la forma de un materialismo religioso que se enfrenta críticamente con el espiritualismo, propugnando la naturaleza corpórea y real los sujetos numinosos que han rodeado a los hombres durante milenios. Es decir, el hombre no hizo a los dioses a imagen y semejanza de los hombres, sino a imagen y semejanza de los animales.
(Ramos, Nuria. Y Casquet, Sergio. Pensadores españoles universales. Colección Leo. Libros de divulgación de LID Editorial Empresarial. S.L. Madrid. 2014)