1. Definición.
Actualmente, tras cincuenta años de uso del término por parte del feminismo, la Real Academia Española de la lengua todavía no ha aceptado en el diccionario el sentido feminista del término “patriarcado”.
Para la RAE el patriarcado es:
1. m. Dignidad de patriarca.
2. m. Territorio de la jurisdicción de un patriarca.
3. m. Tiempo que dura la dignidad de un patriarca.
4. m. Gobierno o autoridad del patriarca.
5. m. Sociol. Organización social primitiva en que la autoridad es ejercida por un varón jefe de cada familia, extendiéndose este poder a los parientes aun lejanos de un mismo linaje.
6. m. Sociol. Período de tiempo en que predomina el patriarcado.
El patriarcado es un orden social asentado sobre el poder del padre de familia, donde las mujeres están sometidas y son dominadas por los varones. Este orden ha estado justificado desde tiempos inmemoriales como vemos en los mitos como, por ejemplo, en el mito de Pandora.
La maldad femenina de la que la mitología griega (como tantos otros mitos) nos advierte sirve para legitimar y justificar la dominación de las mujeres. Sirve, por tanto, para explicar que en el orden cultural, en el que los hombres dominan la naturaleza, hay que dominar también ese mal que han tenido que acarrear al conquistar la cultura: las mujeres. Dado que Pandora es el mal que acompaña a los hombres en la cultura, el orden pacífico y seguro que Zeus ha conquistado para los hombres requiere mujeres sometidas, como Hera. Y Hera es la protectora del matrimonio, la encargada de conservar esa institución que se ha instaurado en el nuevo orden de Zeus: la familia patriarcal. Decimos que la instauración del orden cultural de los hombres se ha dado a la vez o al mismo tiempo que la instauración del orden patriarcal en el que las mujeres están dominadas. La familia es, por supuesto, el lugar principal de esa dominación.
Las enseñanzas misóginas de los mitos, que tratan de la relación de las mujeres con el mal, son modos recurrentes que las culturas tienen de legitimar y justificar la dominación patriarcal. Mitos como el de Pandora o el de Eva advierten a los varones de la supuesta maldad femenina y aconsejan tener a las mujeres controladas.
2. Incesto y matrimonio.
¿Cuál es la razón del incesto? La familia de los dioses, si seguimos recurriendo a la mitología, es una única familia. Entre los dioses, por lo tanto, hay incesto y endogamia. Pero en el mundo de los hombres hay siempre muchas familias, así que esas distintas familias tienen dos opciones. Pueden permanecer aisladas del resto de familias y de sus miembros y no tener más relación con éstas que la guerra. En ese caso, serán familias que se mantendrán en el tiempo mediante relaciones endogámicas, o incestuosas. Pero hay otra opción alternativa a la guerra: las familias pueden casarse con otras familias. ¿Y cómo asegurar esta opción? Si el incesto es un tabú y está absolutamente prohibido en la sociedad, las familias no pueden crecer indefinidamente a través de relaciones sexuales endogámicas, es decir, entre miembros de una misma familia. Si esas relaciones incestuosas están prohibidas, siendo la regla, al contrario, la exogamia, entonces las familias tienen que salir de sí mismas y relacionarse sexualmente con miembros de las otras familias. Solo de este modo se teje una sociedad en la que las familias no crecen de espaldas a dicha sociedad; las familias no pueden crecer indefinidamente, porque tienen que abrirse al exterior. Así es como si las familias se descompusieran y aceptaran decrecer para hacer crecer a la sociedad, de ese modo se van creando vínculos nuevos entre miembros de familias distintas, tejiendo una red a la que llamamos sociedad.
3. La familia patriarcal y el intercambio de mujeres.
Ahora bien, ¿cuál fue el modo de trabar alianzas con las otras familias? Lévi- Strauss considera que las mujeres son precisamente la herramienta de estas alianzas. Es decir, el padre, que tiene prohibido casarse con su hija, la cede a otro varón exterior a la familia a modo de esposa. El padre se convierte en suegro de un miembro de otra familia. Ahora suegro y yerno han trabado una alianza a través de una mujer, mediante ella se han ligado dos familias. El intercambio de mujeres es el modo que el Neolítico ha tenido de producir sociedad. Ellas han sido el medio a través del cual los varones han sellado pactos o alianzas. Ellas han sido la herramienta de esos pactos porque han sido pactadas, intercambiadas. El antropólogo Lévi-Strauss considera que el intercambio de mujeres que se produce por la prohibición del incesto es el principio de toda sociedad, como si se tratara de un hilo que teje la sociedad a través de vínculos artificiales, es decir, no naturales o consanguíneos. Por eso afirma este antropólogo: “Sucede con las mujeres lo que sucede con la moneda de intercambio cuyo nombre a menudo llevan y que se asemeja al juego de una aguja para coser techados que, ora fuera, ora dentro, trae y vuelve a traer siempre la misma liana que fija la paja”. Esto, claro, nos obliga a concluir algo muy inquietante: que la manera que el hombre ha tenido de producir sociedad ha sido, al mismo tiempo, un modo de producir patriarcado. La sociedad se ha producido cosiendo artificialmente a las familias. Y las familias han sido “cosidas” con mujeres.
4. La mujer es naturaleza para el patriarcado.
¿Ha supuesto la paz entre los hombres una victoria sobre las mujeres? Desde el origen de la cultura misma la mujer ha sido sometida y dominada a la vez que lo ha sido la naturaleza. No es de extrañar, por tanto, que todas las sociedades míticas hayan concebido siempre a la mujer como naturaleza. El antropólogo Lévi-Strauss que consideró que la distinción entre cultura y naturaleza era una constante que podía encontrarse en toda sociedad, afirmó también la asociación de las mujeres a la naturaleza como algo universal. Porque, ciertamente, todas las culturas han pensado a la mujer como si representara a la naturaleza en el interior de la cultura. La mujer pertenecería a la naturaleza por sus funciones reproductivas, por ser la encargada de conservar a la especie según ciclos y leyes biológicas. Las madres parecen cumplir un papel natural, de ahí que la naturaleza misma sea pensada en los mitos como una madre, como la “Madre Naturaleza” o la “Madre Tierra”, o como Gea en la mitología griega. Y la cuestión es que la mujer es pensada como naturaleza en sociedades en las que los hombres se entienden a sí mismos como cultura y se contraponen al orden natural, Pues lo que el mito nos decía es que en el paso de Cronos al orden de Zeus, de la naturaleza a la cultura, han aparecido precisamente los hombres. Pensar a las mujeres como pertenecientes a la naturaleza hace que ellas formen parte de ese orden que debe ser superado, controlado, dominado, domesticado. Y hace que el varón se entienda siempre como el que domina y controla desde la cultura esa naturaleza. Así que asociar en los mitos a las mujeres con lo natural es la manera de justificar que en la realidad ellas estén sometidas y dominadas por los varones. La asociación de la mujer a la naturaleza es un modo de legitimar el patriarcado, es, por tanto, un discurso patriarcal.
La asociación de la mujer con la naturaleza y del varón con la cultura supone también la asociación de la mujer con la familia y del varón con la sociedad. Y así, por tanto, la familia, que se entiende como un vínculo de la sociedad con la naturaleza, se convierte en el espacio de la mujer, vinculada también con lo natural. La mujer es la encargada de producir vínculos naturales, es decir, vínculos familiares, y esa supuesta tarea propia le asigna un espacio específico: la esfera doméstica familiar, es decir, lo que hoy llamamos la casa o el hogar-
En los rituales de iniciación de las sociedades míticas en los que se simbolizan el tránsito del estado de naturaleza al estado social, el joven debe arrancarse de los vínculos maternos que le ligan a la familia. La superación de la naturaleza a menudo se simboliza mediante un renacimiento, un renacimiento al que acceden solo los varones y que consiste en nacer a la mayoría de edad, en nacer no a la familia, sino a la cultura, es decir, a su comunidad. Los rituales de iniciación, diferentes para varones y mujeres, dividen la sociedad y reparten los espacios. Las que forman parte de la naturaleza quedan recluidas en el ámbito privado y doméstico, encargadas de la reproducción de la familia y del cuidado de sus miembros. Los que son capaces de renacer más allá de la naturaleza, los varones, ocupan el espacio público en el que se es miembro no de una familia, sino de una sociedad.
5. El patriarcado como sistema jerárquico entre varones.
La paz entre los hombres es la guerra contra las mujeres, al menos ha sido así hasta ahora. Para Lévi-Strauss las mujeres funcionan como objetos de intercambio que simbolizan los pactos o las alianzas entre familias, es decir, entre padres de familia. Estas alianzas trenzadas mediante mujeres son las que aseguran la paz social y el matrimonio es la institución clave de este orden social de paz entre varones. Hasta ahora, por tanto, hemos hablado del papel de la mujer en un orden social de paz. Pero ¿qué pasa en un estado de guerra? Si la paz entre los hombres es la guerra contra la mujer, ¿qué es para la mujer la guerra entre los hombres?
La filósofa feminista Celia Amorós ha propuesto en alguna ocasión, con el fin de tener una comprensión más amplia del problema, que entendamos el patriarcado como un sistema jerárquico entre varones en el que está en juego el dominio sobre el conjunto de las mujeres. Es decir, una sociedad patriarcal es aquella en la cual en las disputas entre varones por el poder están implicadas las mujeres. Ellas simbolizan el dominio que los varones se disputan y son, por tanto, utilizadas para expresar y reflejar cómo está repartido el poder. En un estado de paz social los varones se han repartido el poder sobre las mujeres por igual entre ellos. Así pues, cuando hay un orden igualitario entre los varones, todos son iguales en el sentido por el cual todos ellos son igualmente propietarios de sus mujeres, habiendo pactado tener una para cada cual. Ésta sería una posible manera de describir el ámbito de la familia patriarcal.
Pero cuando no hay paz y el poder no está constituido, es decir, cuando los varones se disputan el control, cuando está en juego la victoria de un varón sobre otro, las mujeres siguen siendo mediadoras simbólicas de ese dominio. Y ellas, símbolo de lo que los varones controlan y dominan, de la naturaleza conquistada y poseída, están máximamente expuestas en tiempos de guerra o inestabilidad.
Cuando un varón quiere demostrar su dominio sobre otro, lo hace demostrando su poder sobre las mujeres. Esta demostración puede consistir en hacer ver que se tiene un mayor acceso al conjunto de las mujeres, es decir, que se tienen más mujeres. En muchas sociedades están instituida la poligamia y en todas ellas el tener varias esposas es un símbolo de estatus, un símbolo de mayor poder social que distingue a los varones entre sí. Asimismo, en nuestras sociedades occidentales, en las que la poligamia no está instituida, es frecuente que los hombres ricos y poderosos se rodeen de un montón de mujeres.
Otra consecuencia importante del patriarcado como sistema de dominación es que no es solo un sistema de dominación sobre las mujeres, sino también entre miembros del sexo masculino. Los varones que ocupan escalones superiores en la jerarquía no solo se imponen a las mujeres, sino también a otros varones. Esta competencia entre varones en el marco del patriarcado forma parte de una estructura muy opresiva para los propios varones.
6. El patriarcado: una estructura a través de la historia.
Desde tiempos inmemoriales se ha producido sociedad a la vez que se ha producido patriarcado. Y, desde luego, aunque hayamos salido del Neolítico y hayamos ingresado en la historia, el patriarcado nos ha acompañado a lo largo de todos los siglos que llevamos recorridos. Es decir, miles de años no han cambiado aún la asignación de espacios, roles y funciones que el neolítico puso en juego. Ahora bien, al haber surgido de las sociedades neolíticas y haberse acoplado a las sociedades históricas, el patriarcado ha ido adaptando el papel de las mujeres a los nuevos contextos y a las nuevas necesidades sociales. También los discursos sobre las mujeres, así como el modo de concebirlas, se han relevado y han variado relativamente. Por ejemplo, el ideal de muer medieval, asociada a la doncella del imaginario caballeresco, no se corresponde con el ideal de mujer doméstica del siglo XIX. Pero ambas concepciones son patriarcales. Además de que el patriarcado pueda tener muchas versiones en función de las distintas sociedades en las que se da, también hay sociedades más o menos patriarcales.
La explicación que la antropología nos ofrece sobre la consistencia del patriarcado nos habla precisamente de su estructura más interna, algo así como el “chasis” básico de las relaciones patriarcales de poder. Cuando la antropología explica qué es el patriarcado, no pretende estar describiendo la realidad de las mujeres de Tenerife de 2020. Pretende explicar en qué consiste esa estructura de dominación de modo más fundamental, si bien se trata de un sistema que funciona adaptado a contextos distintos e incrustado en sociedades diferentes (no funciona del mismo modo el patriarcado neolítico y el patriarcado en el capitalismo). Tal vez la situación de las mujeres en Tenerife no sea exactamente la que aquí se describe. Probablemente sea muy diferente. Pero también es preciso tener conceptos muy claros y distintos de aquello que hace (al menos por ahora) a todas las sociedades patriarcales, si lo que queremos es entender qué sucede con las mujeres, por ejemplo, en Tenerife en 2020. Y será la estructura del patriarcado lo que tenemos que conocer para poder entender las realidades concretas. Es decir, se trata de buscar la estructura que subyace a esos fenómenos diferentes y que explica la extraña relación que existe en todo el mundo, en todas las culturas y en todas las épocas de la historia, en cuanto a lo que significa ser una mujer, es decir, en cuanto a lo que el patriarcado ha hecho de las mujeres.
7. Feminismo e Ilustración.
El feminismo, es decir, la lucha contra el patriarcado y a favor de una sociedad igualitaria entre varones y mujeres, tiene menos de tres siglos de historia. Las reivindicaciones feministas surgieron en el contexto de la Ilustración y fue en la Revolución Francesa de 1789 cuando las mujeres se organizaron políticamente por primera vez. Habiendo participado activamente en la Revolución contra el Antiguo Régimen, las mujeres reclamaron igualdad también para ellas y exigieron a los varones revolucionarios acabar con los privilegios que los hombres tenían sobre las mujeres. Sin embargo, la “Declaración de los derechos del hombre y el ciudadano”, proclamada en 1789, no incluyó a las mujeres en la ciudadanía.
Así pues, las luchas de estas primeras feministas se centraron en denunciar que la universalidad del proyecto político de la Ilustración era una falsa universalidad, que tomaba al varón como modelo y que la crítica feminista ha llamado más tarde “androcentrismo”, las mujeres reivindicaron que se las considerara sujetos racionales en igual medida que a los varones y, por tanto, igualmente capaces de las mismas cosas. Se criticó la dominación que los maridos ejercían sobre sus esposas y se les acusó de ser déspotas y tiranos como los barones feudales contra los que ellos mismos luchaban.
Las mujeres apelaron a la razón y al derecho y criticaron la desigualdad sexual como un prejuicio intolerable que imposibilitaba el cumplimiento del proyecto ilustrado. Como seres racionales, exigieron su derecho a participar en la vida pública, a ser escuchadas en la Asamblea y a poder votar. Pidieron ser partícipes en la redacción de la Constitución y pidieron también ser representadas por mujeres. Olympe de Gouges, revolucionaria francesa, escribió en 1791 la “Declaración de los derechos de la mujer y la ciudadana”, exigiendo que tales derechos fueran decretados por la Asamblea nacional francesa. Sin embargo, esa declaración nunca fue aprobada y la Constitución no reconoció ningún derecho de ciudadanía para ellas. Las vindicaciones y las exigencias fueron desoídas e ignoradas, y en 1793, el mismo año en el que se decretó el cierre de los clubes de mujeres, Olympe de Gouges fue guillotinada.
8. Las mujeres como menores de edad en el patriarcado.
En las sociedades míticas que estudia la antropología, que no son sociedades democráticas ni Estados de derecho, existe la mayoría de edad. Las sociedades humanas, desde el comienzo de los tiempos, se ha tomado muy en serio el paso de la infancia a la condición de adultos, a eso se han dedicado algunos de los ritos y ceremonias de iniciación. Pero el paso en el que se escenifica el tránsito a la cultura por oposición a la naturaleza es un paso al que acceden sólo los varones. Las mujeres, aunque pasan también por una pluralidad de ceremonias y ritos, siempre caen del lado de la naturaleza, por lo que no consiguen obtener la mayoría de edad tribal.
La mayoría de edad ilustrada representa un cambio radical con respecto a la mayoría de edad tribal. No se trata de un tránsito de la naturaleza a la cultura de la comunidad, se trata de la conquista del juicio y de la razón por parte del individuo. Y la razón y la cultura no son lo mismo. La Ilustración considera que los seres humanos son seres racionales y que el ejercicio de esa capacidad se conquista después de la infancia y del aprendizaje que acompaña a esta etapa. Ser adulto es ser un sujeto racional capaz de juzgar de modo independiente y autónomo. Es decir, un adulto es alguien que no necesita ya de su familia para sobrevivir- y en esto no podemos dejar de parecernos a una comunidad mítica-, pero es también alguien que puede someter a examen crítico aquello que ha aprendido, lo cual incluye, por supuesto, su propia cultura. Juzgar como un mayor de edad es alcanzar el hacer de la razón el criterio para alcanzar la mayoría de edad, y esto hace que sea imposible defender coherentemente otra cosa distinta de una mayoría de edad universal, para todos y para todas. Cuando la razón se convierte en el tribunal desde el cual juzgar los asuntos humanos y en aquello que nos hace merecedores de derechos, las diferencias sexuales entre varones y mujeres, como las diferencias físicas entre blancos y negros, se convierten en irrelevantes. La razón ilustrada, la razón como tribunal último, abre la puerta a una ciudadanía universal.
Eso, sin embargo, no fue así para las mujeres y no lo es en la actualidad. El patriarcado más allá del Neolítico, el patriarcado en su versión moderna, se ha centrado, tanto como lo hizo el Neolítico, en negar a las mujeres la mayoría de edad. Así se ha mantenido en los últimos siglos la desigualdad sexual, defendiendo la dependencia de las mujeres y la necesaria autoridad que los varones, ya fueran sus padres o sus maridos, debían tener sobre ellas. En la mayor parte del mundo, sobre todo donde las mujeres dependen económicamente de sus maridos, las mujeres siguen estando tuteladas por los miembros masculinos de su familia y requieren del permiso de éstos para poder hacer gran cantidad de cosas. El feminismo ha denunciado esta infantilización de las mujeres que hace que sean equiparadas a los niños y que dependan por igual de los varones adultos. El patriarcado arrebata a las mujeres las libertades públicas y las libertades sexuales y por eso las sociedades patriarcales mantienen en vigor modos a través de los cuales los varones tutelan a sus esposas en relación con estas cuestiones.
9. La razón y las mujeres.
Hemos dicho ya que la Ilustración puso el principio del derecho en la razón. Al oponerse los ilustrados a los privilegios de nacimiento, se abrió la posibilidad de criticar el sexo (adquirido al nacer) como fuente del privilegio masculino. Además, al enfrentar la razón, como único tribunal, a las normas y las costumbres heredadas, el patriarcado apareció como algo que podía ser impugnado. La Ilustración abrió la posibilidad del feminismo y las mujeres comenzaron a reivindicar sus derechos como sujetos racionales. El patriarcado, sin embargo, ha opuesto siempre una fuerte resistencia a considerar a las mujeres plenamente capaces de razonar y en los últimos siglos el discurso patriarcal se ha rearmado para negar a las mujeres la racionalidad, ya sea apelando a su carácter o a su psicología (modos modernos de hablar de la naturaleza). Importantes filósofas y teóricas feministas han focalizado su atención en la insistencia con la que los discursos sobre las mujeres de los últimos siglos se han centrado en la irracionalidad de lo femenino. La identificación de las mujeres con lo sentimental, lo intuitivo, lo pasional, lo emocional o lo sensible ha opuesto lo femenino a la racionalidad, la argumentación y la lógica masculinas. “Las mujeres sienten, los hombres piensan”, se dice. El feminismo ha recordado que, aunque muchas veces esas descripciones de lo femenino como pasional e irracional se presenten en positivo, esos discursos no son inocentes. Se relacionan con la estrategia patriarcal de ligar a las mujeres a los instintos (como el supuesto “instinto maternal”) o a las hormonas (que parecen afectar al juicio de las mujeres); afirmar la pasión y el sentimentalismo femenino en este mundo patriarcal guarda relación con la consistencia del patriarcado: atar a la mujer a su cuerpo y a su sexo en detrimento de su razón y, por lo tanto, de sus derechos.
10. Luchas y reivindicaciones desde el feminismo.
La Ilustración y la Revolución francesa no trajeron las luces que las mujeres esperaban, pero abrieron la posibilidad de criticar la desigualdad y el despotismo que ellas sufrían. Las críticas y las reivindicaciones de las revolucionarias francesas iniciaron el camino del feminismo y desde entonces hasta hoy las luchas de las mujeres por conseguir plena igualdad y libertad no se han detenido. El XIX fue el siglo del sufragismo: las mujeres se organizaron para luchar por la conquista de los derechos políticos, fundamentalmente el derecho al voto. Sin embargo, hasta el siglo XX, las mujeres no consiguieron que los sistemas democráticos admitieran el sufragio femenino.
Con la lucha por los derechos políticos de las mujeres el feminismo tuvo que hacer frente a las resistencias del sistema patriarcal, fundamentalmente a esa asignación de espacios que el Neolítico instituyó. La lucha por los derechos políticos de las mujeres fue, en general, una batalla por conquistar el espacio público del que ellas siempre han estado apartadas. Ésa sigue siendo una tarea del feminismo hoy en día.
Además de denunciar la invisibilidad de las mujeres en los espacios públicos y su poca presencia en los puestos de responsabilidad, el feminismo ha criticado su situación en la esfera privada. El matrimonio y las relaciones de pareja siguen siendo ámbitos privados en los que suele ejercerse una dominación masculina violenta y en los que se da un maltrato psicológico y físico, que en algunos casos acaba en el asesinato de las mujeres a manos de sus parejas.
La carga de las tareas domésticas y el cuidado de la familia recae mayoritariamente en las mujeres y las que trabajan, hoy en día una gran mayoría, no se han liberado por ello del grueso del trabajo no remunerado que requiere el hogar. Las mujeres siguen sosteniendo en la invisibilidad a la sociedad en su conjunto a través del cuidado y el trabajo reproductivo, del que se desentienden tanto los varones como los poderes públicos.
Pero las reivindicaciones feministas tienen otros frentes. La asignación de la mujer al espacio privado implica, en un sistema patriarcal, la privatización de la mujer: la mujer ocupa el espacio de la casa porque, junto con la casa, es propiedad privada de un varón. Y esa apropiación masculina ha consistido, muy especialmente, en el control y el dominio del cuerpo de las mujeres. Ellas, en un sistema patriarcal, están apartadas del derecho a sus propios cuerpos y por eso la libertad sexual y reproductiva de las mujeres es una de las conquistas fundamentales por las que batalla el feminismo.
Otros problemas forman también parte de las políticas feministas. Las luchas por la conquista de la libertad sexual y del derecho al propio cuerpo ha tenido que enfrentarse al conservadurismo de las costumbres y las tradiciones patriarcales, pero también a la necesidad de distinguirse de todo un mercado y una industria que explota económicamente la sexualidad femenina y cosifican a la mujer. Medios como la televisión reproducen un modelo de “feminidad normativa” que reduce el papel de las mujeres al de objetos de deseo o de entretenimiento visual, contribuyendo así a afianzar aún más las características que el patriarcado siempre ha asignado a lo femenino.
Por supuesto, es también un objetivo prioritario del feminismo el abordar los problemas que las mujeres sufren en el contexto de la globalización y el capitalismo. Las mujeres suman los mayores índices de desempleo, precariedad laboral y pobreza. Según la ONU, más de la mitad de la humanidad pertenece al sexo femenino y, sin embargo, solo el 1% de la riqueza mundial está en manos de mujeres. Todos los movimientos feministas, así como las organizaciones no gubernamentales, advierten cada vez más de la creciente “feminización de la pobreza” y del aumento de la migración femenina. Aunque las mujeres hayan accedido al mercado laboral (la mayoría de ellas sin dejar de cargar con las tareas domésticas), en muchos países los daros confirman la supervivencia de las desigualdades en el empleo: por un mismo trabajo una mujer cobra un salario muy inferior al de un varón. Además, ellas ocupan determinados sectores laborales, cumpliendo funciones como la limpieza, el cuidado de niños, niñas y mayores u otros empleos de baja retribución. Las mujeres que han dedicado su vida al cuidado de su familia y buscan empleo más tarde, al igual que las mujeres, inmigrantes, están absolutamente expuestas al paro y a la más alta precariedad: carecen de experiencia y especialidad laboral y los trabajos que acaban desempeñando, generalmente trabajos domésticos en otros hogares, no están apenas regulados legalmente, no dan acceso a prestaciones sociales y suelen ser pagados en dinero negro.
11. La libertad sexual de las mujeres.
La lucha feminista ha reivindicado para las mujeres la libertad sexual y el control de sus propios cuerpos. Por una parte, esto implica defender, contra las resistencias patriarcales hacia ello, la libertad de las mujeres para mantener relacione sexuales con quien quieran y como quieran. Ya sean relaciones heterosexuales u homosexuales. El patriarcado, que siempre ha condenado a las mujeres al papel de reproductoras biológicas, tiene una obvia relación con la complementariedad de los dos sexos a nivel reproductivo y, por tanto, con la heterosexualidad como norma. No obstante, el patriarcado es compatible con formas de homosexualidad masculina, mientras que las mujeres sigan dedicadas a la reproducción, recluidas en el hogar y privadas de esta misma opción sexual. Lo que es, sin duda, completamente incompatible con el mantenimiento del orden patriarcal es la homosexualidad femenina, es decir, el lesbianismo. Defender la libertad de las mujeres para elegir esta opción sexual, como cualquier otra, ha sido una batalla que pertenece a las luchas del feminismo de ayer y de hoy.
Por otro lado, el acceso a los anticonceptivos, a las técnicas de inseminación y a la libertad para abortar son derechos que el feminismo ha reclamado para las mujeres. Estas técnicas son para las mujeres lo que el fuego es para la humanidad, la victoria de la cultura sobre la naturaleza y la conquista de un espacio en el que puede caber la libertad. Los discursos conservadores siguen intentando impedir el acceso de las mujeres al control sobre sus propios cuerpos y lo hacen apelando a la necesidad de obedecer los cursos de la naturaleza o los designios de Dios. Pero el feminismo sostiene que las mujeres no están sujetas al curso de la naturaleza, que no deben estarlo., Porque las mujeres, como los varones, son seres humanos y, por tanto, no son meros seres naturales ni son solamente cuerpos físicos. Sabemos que esa asociación de la mujer con la naturaleza ha sido precisamente aquello en lo que ha consistido el discurso patriarcal desde tiempos remotos. Y sabemos que si las mujeres quedan sujetas a la naturaleza quedarán al final sujetad a quienes, a su vez, sujetan a la naturaleza; esto es, al control de los varones. El discurso patriarcal siempre consiste en obligar a las mujeres a seguir siendo naturaleza. El feminismo, al contrario, ha luchado y sigue luchando contra eso.
Según el feminismo, las mujeres deben poder elegir libremente su sexualidad y su maternidad. Deben poder elegir si quieren tener hijos o hijas o si prefieren no tenerlos nunca, deben poder ser libres para decidir cuándo quieren tenerlos y con quien. Y deben, por supuesto, tener la posibilidad de decidir si quieren tener hijos solas. Deben recuperar, por lo tanto, el poder que les fue arrebatado. Esa capacidad puede ser recuperada mediante el acceso por parte de las mujeres al control de su propia naturaleza, al control de su sexualidad y de sus posibilidades reproductivas con las técnicas disponibles. La técnica es una victoria de la humanidad sobre la naturaleza y debe, por lo tanto, estar al servicio de toda la humanidad. También, por supuesto, al servicio de las mujeres.
(Grupo Pandora. Filosofía y ciudadanía.1º BACH. Editorial Akal. Madrid. 2011
Vicenta Llorca DArias)